Por Daniel Lencina (texto y foto), especial para El Ancasti.
Cracovia (Polonia), marzo de 2023.
Pocas son las circunstancias que ofrecen evidencias tan transparentes del valor que la construcción discursiva tiene en la producción de lo real. Habitualmente estas políticas suelen procurar guardar sutileza, lo que exige un mayor esfuerzo interpretativo en el desmantelamiento de los dispositivos puestos a operar. Un enclave donde de momento estos juegos se desatan con mayor descaro es Polonia, eventualmente punto estratégico en el desarrollo de los acontecimientos relacionados con la invasión de su vecina Ucrania. Tan es así que sólo basta mencionar que, inmediatamente concluida la Conferencia de Seguridad de febrero pasado en Munich (Alemania), el presidente estadounidense Joe Biden visitó a su par polaco Andrzej Duda en Varsovia, desde donde lanzó advertencias a Vladimir Putin de que «Ucrania nunca será una victoria para Rusia». Luego, el demócrata se trasladó a la misma Kiev para extender su acompañamiento y solidaridad a Volodímir Zelenski.
No es la primera vez que, desde el inicio del conflicto, Biden visita Polonia, contribuyendo a su rol como pilar propagandístico del aparato anti-Putin. La estrategia no podría ser más acertada si se tiene en cuenta la magnitud que la construcción enunciativa alcanza en la cotidianidad política interna, al punto que la administración gubernamental ha sido continuamente acusada de utilizar los recursos mediáticos para montar una realidad totalmente alejada de la que viven los ciudadanos. Apoyado en la tradicional solidaridad y resiliencia del pueblo polaco demostrados en incontables momentos de la historia –sobre todo en el período posterior a la II° Guerra Mundial-, la administración ha dispuesto diversas ayudas para los millones de refugiados ucranianos que buscan huir del desastre hasta el punto de forzar la incomodidad de su propia gente. En línea con estas recriminaciones, los esfuerzos se enfocan en pintar una actualidad de encanto siempre a partir de la distorsión, el enmascaramiento deliberado o, directamente, la mentira.
No hay pruritos en estas iniciativas, como quedó patente cuando el canal oficial TVP1 y la radio estatal Szczecin participaron en la divulgación de los detalles del caso de pederastia sufrido por el hijo de una diputada del partido opositor Plataforma Cívica. Estas precisiones se hicieron públicas el 29 de diciembre y, tras más de dos meses de calvario mediático (además del privado), el niño acabó con su vida el pasado viernes 3 de marzo. O también puede mencionarse la iniciativa parlamentaria oficialista que busca proteger el buen nombre de Karol Wojtyla tras el estreno del documental «Franciszkańska 3» el pasado lunes 7 a través del canal TVN24 –que integra el Grupo TVN y es parte de la corporación estadounidense Discovery, Inc.-, en el que se denuncia que el entonces cardenal estaba al tanto de los pormenores de las actividades de tres curas pedófilos durante la década de los ‘70 y se limitó a trasladarlos a nuevos destinos eclesiásticos. También en su momento, el mismo parlamento se ocupó de debatir el proyecto gubernamental que procuraba que, al momento del encendido, todos los televisores del país estuvieran inicialmente sintonizados en alguno los cinco primeros canales de la grilla, todos parte de la red mediática estatal. Tal cosa no prosperó gracias a la indignación social que provocó fuertes protestas en las principales ciudades.
«Ucrania nunca será una victoria para Rusia».
Joe Biden
En las últimas semanas, el legislativo se abocó a debatir el cierre del principal canal de información estatal, TVP Info, así como la vigencia del impuesto que financia a los medios públicos. El proyecto, fundamentado en la parcialidad del contenido ofrecido, fue impulsado por el alcalde de Varsovia, Rafal Trzaskowski, adversario del gobierno central, y estuvo respaldado por 100 mil firmas, por lo que la asamblea se vio obligada a discutirlo y votarlo, aunque no prosperó. Ya Polonia supo experimentar controversias alrededor de una ley de medios que, según los detractores, tenía el objetivo de silenciar a TVN bajo el argumento de limitar la propiedad extranjera de los medios de comunicación. La presión política y social fue tal que Duda se vio obligado a vetar la ley, aunque la medida significó el fin de la coalición entre Ley y Justicia (PiS) y el partido Acuerdo, que acabó por retirarse del gobierno.
La misma actividad periodística es todo un riesgo en Polonia si no se está alineado con la política oficial. Así quedó demostrado con el encarcelamiento del periodista español Pablo González, acusado de realizar actividades de espionaje a favor del Kremlin. Pese a la notoriedad del caso del comunicador vasco, no es una excepción, puesto que desde 2015 han aumentado notoriamente los hechos de abusos por parte de un gobierno ultraconservador que ha dedicado buena parte de sus energías a detener, encarcelar y expulsar del país a decenas de periodistas extranjeros, mientras simultáneamente es mirado de reojo por la Unión Europea por no respetar su cláusula de cuidado de la independencia de poderes.
Tal vez haya pocos ejemplos mejores de una radicalizada envergadura de la puesta en funcionamiento de un aparato de producción simbólica como el del socialismo chino. Actualmente la muralla no está hecha de rocas, sino de un Great Firewall en cuyo interior todo opera en afinidad con la filosofía del partido único: desde Internet, pasando por los contenidos y llegando hasta al control gubernamental de las empresas privadas proveedoras de gadgets y servicios. Occidente entra de lleno en la batalla entre regímenes de discursividad para el despliegue de formas de entender el mundo y la vida, por la soberanía biopolítica. Hay, sin embargo, bastante experiencia en la contraparte, para lo que sólo basta mencionar el gigantesco andamiaje montado en Hollywood durante el S. XX. Por estos días, el escenario de tensión por el pronunciamiento del mundo emplazado en Ucrania tiene una significativa base propagandística en la alineada Polonia.
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