José Luis Piñuel: «Con la cybercomunicación, la construcción de la realidad está mediada por los abusos del beneficio»

José Luis Piñuel es doctor en Psicología y en Filosofía y actualmente es catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid. En sus más de 40 años de trayectoria ha realizado innumerables publicaciones alrededor de la comunicación, los medios, el consumo, la cultura política y la investigación en comunicación. En esta entrevista analiza la comunicación en el mundo contemporáneo, el problema de la verdad y las posverdades.

Entrevista: Daniel Lencina

– ¿Cómo se dan las configuraciones de pensar, actuar, sentir, decidir, que son aprobadas, promovidas y estimuladas por el orden social contemporáneo?

– Habría que decir que lo que se está construyendo –como siempre ha sucedido- es nuestra identidad/realidad social en función de qué, cómo y de qué forma comunicándonos construimos un dominio social, histórico de existencia. Para resumirlo, la comunicación nunca parte de cero, para hacerla posible hay una instancia previa que tiene que ver con lo que se hace con los demás, con lo que se cuenta y con lo que uno sabe en función de lo que se recuerda, se interpreta y se anticipa. Siendo así, como la comunicación está desarrollándose, cambiando, transformándose permanentemente en función de las herramientas utilizadas, desde que ya lo formuló Marx, todo se mercantiliza. Y con la cybercomunicación y el cyberespacio, esa construcción social de la realidad histórica y de la identidad colectiva está mediada por abusos del beneficio, dando lugar a la creación de burbujas de filtro a través de la mercantilización de la huella de datos que vamos dejando. Sin saberlo, construimos una configuración para la que hay un destino, en función de hábitos, gustos, etc., y recibimos aquello que la Inteligencia Artificial ha decidido que es lo que más se adecúa al perfil. Incluso, en textos que he publicado menciono el modelo OCEAN1, que explica que participamos en burbujas, en entornos cerrados y aislados a todo aquello que estamos habituados a ser, participar o construir. Se están perdiendo los criterios de verdad tradicionales, sobre todo los que constituían la preocupación de los teóricos del conocimiento.

– ¿Cómo ve el lugar de la comunicación en esa configuración de la verdad?

– La verdad es algo propio del homo sapiens. No hay ninguna otra especie que desconfíe de errores en la comunicación, y eso que hay muchas especies que se comunican. El problema es cómo al desconfiar, que puede ser beneficioso, se resuelve la confianza o la desconfianza, con la mediación de la comunicación. La comunicación y la verdad están comprometidas en permanentes transformaciones. Lo peor es que en la historia del homo sapiens ese objetivo de desconfiar, probar, confirmar y restablecer confianzas ha demostrado una trayectoria de enriquecimiento de las posibilidades de verdad, descartando las creencias asociadas al mito y a lo irracional. Pero mito y ciencia siguen existiendo, y en función de cómo se practica la comunicación dentro de las burbujas puede suceder que el mito, la creencia y la irracionalidad sean hegemónicas en la toma de decisiones y en la construcción de la confianza.

– ¿Cómo se evidencian estos problemas en eventualidades del presente como la guerra en Ucrania y la pandemia?

– Esto de la irracionalidad queda en evidencia con el éxito que, en las redes sociales, han tenido los movimientos conspiranoicos y terraplanistas en temas como la pandemia y otros como el cambio climático. Se dijo que el COVID era algo que algunos manejaban para inyectar chips en los cuerpos de los vacunados y cosas así. Hoy las empresas de comunicación, con las operadoras, los buscadores y el intercambio de datos son las de mayor beneficio económico, por lo que estimulan las pautas del capitalismo de casino e inflaman el mito frente a lo racional.

– Si este es el presente, ¿son posibles alternativas emancipatorias desde la comunicación?

– Sí claro. Por ejemplo, han surgido prácticas para luchar contra las fake news. Hoy, todos los medios tienen sus gabinetes y departamentos que se encargan de detectar las mentiras y falsedades, y denunciarlas. Eso ha comenzado y es relativamente reciente, porque no lleva más de diez años. Esa fue una primera fase. La segunda es la progresiva alfabetización de la ciudadanía, para que se familiarice con prácticas críticas, con el cuestionamiento, con la militancia por la verdad. Luego, en tercer lugar, vienen los cambios de las pautas éticas de los comunicadores, periodistas y gestores de contenido, etc. Desde el punto de vista político, hay muchos aspectos que deberían ser instalados con lo relativo a la libertad de expresión y el derecho a la información, los derechos de autor.

– Mientras en China hay un control exhaustivo de Internet y la comunicación, Latinoamérica se debate alrededor del Lawfare, y en Europa se benefician a los grandes millonarios que hay detrás de los medios además de que Berlusconi tracciona un gran pool televisivo paneuropeo. ¿Qué posibilidades tienen los pequeños trayectos mediáticos como MediaPart y ElDiario.es?

– Son distintos panoramas. China y América Latina comparten la característica de sus enormes distancias, que afectan las cotidianidades, lo que hacen, las formas de comunicación, el conocimiento y las herramientas que se utilizan. Por ejemplo, en países poliédricos como México, al que conozco bien, en la Ciudad de México, o en Guajaca, Yucatán o en el norte, hay mucha gente que son extranjeros en su propio país. Puedes ver pueblos mayas en Yucatán, con sus mercaditos, muchos hablan sus lenguas, algunas aún vivas y otras por desaparecer. En Chile conozco sitios en los que, si bien hay lenguas que van desapareciendo, hasta ayer se han seguido utilizando, y otras puede que duren. Eso no pasa tanto en Argentina, pero sí en Perú y en Colombia, donde el aislamiento histórico y social de sus propios núcleos poblacionales hace que muchos sigan viviendo sus propias culturas, pero como extranjeros en sus propios países. Eso es una barrera para todos los movimientos de solidaridad compartida, porque son casi relaciones internacionales entre un grupo con respecto al otro o con el gobierno. En China eso también ocurre, donde me he movido más como turista que como un visitante con interés antropológico. Pero también se advierte una enorme cantidad y diversidad de lenguas y dialectos. Por una parte son menos vulnerables a lo ya conversado, que es más propio de Europa. En América Latina, en poblaciones más pobres y menos culturizadas por el cyberespacio, siguen los activismos de los medios populares y lo que se llamaban alternativos. Sus burbujas no son las generadas por el cyberespacio, sino que son tradicionales. Los medios alternativos pueden ser útiles para su propia cotidianidad, pero no tienen posibilidades de ser internacionalizadas. ¿Y qué decir del universo de ese primer mundo? También es distinto, porque no es lo mismo hablar de Canadá o Estados Unidos que de Europa, donde hay residuos históricos que están reviviendo con los nacionalismos y los movimientos explotados por la ultraderecha, de los populismos que llevan sus batallas abusando de la construcción de las identidades, pero no de la verdad. Infectan tóxicamente las representaciones colectivas a través de la comunicación, reivindicando la construcción de las identidades pero no la construcción de la verdad. Allí, es hegemónico el mito, la creencia, no la racionalidad.

1 La aparición y el cambio de nuevas modalidades de explotación de las obras en el ciberespacio conducen a explorar estéticas, narrativas y sensibilidades adaptadas a los perfiles de los usuarios a quienes se destinan. En psicología, se conocen como rasgos de personalidad, los llamados cinco grandes (Big five). Estos factores constitutivos fueron reportados durante un estudio sobre las descripciones que hacían unos individuos sobre la personalidad de otros (Goldberg, 1993), y es uno de los modelos sobre los rasgos de personalidad humanos más reconocidos.
Los cinco grandes rasgos de personalidad, también llamados factores principales, suelen recibir los siguientes nombres: factor O (apertura -openness- a las nuevas experiencias), factor C (responsabilidad -o charge-), factor E (extroversión), factor A (amabilidad) y factor N (neuroticismo o inestabilidad emocional), formando así el acrónimo OCEAN. (Piñuel, 2020, pp. 42-43)

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