Por Daniel Lencina
Foto de Esteban I. Jorge (c)
Días atrás llegó a mi casilla de correo electrónico una encuesta investigando sobre algunas figuras en el contexto del escenario electoral nacional y distrital argentino. Como de costumbre, la plataforma preguntaba sobre el concepto hacia unos dirigentes que integran las administraciones gubernamentales de distintos niveles y que aspiran a ser reelegidos, y otros que anhelan alcanzar esos sitiales. El sondeo incluía la pregunta «¿Cuál de estos candidatos podría ofrecer alternativas superadoras a la crisis actual?».
Intrincada cuestión si se tiene en cuenta que incluso las opciones opositoras del cuestionario dan testimonio de una racionalidad política que no pasa de prácticas de arribismo alrededor del reparto estatal. También se preguntaba acerca de cuál se consideraban que eran las figuras más prominentes del campo empresarial, e igualmente se ofrecían algunos nombres. Al finalizar el repaso del segundo catálogo emergió la cuestión evidente: «¡Pero si son todos proveedores del Estado!»
Y es que, en Argentina –para bien o para mal-, el Estado goza de un más que significativo peso en la administración existencial, controlando la distribución de distintos tipos de capitales (no sólo económicos). Se trata del poder para la administración de la vida, es el biopoder. Para bien porque da lugar al sostenimiento de derechos como la gratuidad de la educación, el acceso a los servicios de salud (el de la calidad es un asunto de otra conversación) o a la asistencia a inmensos sectores vulnerables de la población, y para mal porque la misma lógica permite abusos como el aprovechamiento de caudillos territoriales que viven de generar o alimentar la pobreza o de pretendidos hombres de negocios que se sirven de los vínculos con la política para dinamizar las inercias cleptocráticas.
Para comprender este biopoder es atinado imaginarse una pirámide. Desde los niveles más aventajados de una dirigencia política que no ve más perspectivas que las del cargo y los «empresarios» (así, entrecomillado), hasta los menos favorecidos que no cuentan con otras posibilidades que recurrir al asistencialismo y todas las fases intermedias como el empleo público, la existencia se circunscribe en dispares grados a las relaciones con lo público. Es el Estado la columna que sostiene a la pirámide social.
Esto es tan así que en su momento mereció la oportuna confesión de parte del presidente Mauricio Macri en al menos dos ocasiones durante su administración. Tanto en la edición de octubre de 2017 del Coloquio IDEA como en su discurso emitido en la Asociación Empresaria Argentina en agosto de 2019 instó a los empresarios a «no vivir del Estado», enrostrándoles de este modo que no destacan precisamente por sus luces. Aquí también surge una cuestión de coherencia pues, en vista de las formas en que fue levantado su emporio familiar, el expresidente lejos está de ser el más indicado para realizar tal llamado. Es un burdo remake de quienes se presentan como ortodoxos en una reivindicación del mercado para otros, pero preservándose el goce de lo público para sí mismos.
Las aperturas de la Inteligencia Artificial (IA) y de lo posthumano a los campos del trabajo y la educación amenazan con postergar rápidamente a la obsolescencia a cualquier escenario vital contemporáneo.
El problema es que ese Estado del que se pretende que todo lo provea ya no tiene de dónde obtener recursos. Lo que abunda es la escasez, de ahí que pretender mantener la misma dirección histórica sea poco menos que una fantasía. Advirtiendo estos límites, las elites locales apuntan a que otras fuentes de riqueza preserven sus privilegios, habiendo hallado un tesoro en el litio –por mencionar solo un caso, en Jujuy. No obstante, tal y como está planteada la coyuntura, el oro blanco con suerte podría ser empleado a favor de un mero sostenimiento de viejas ventajas de clase en lugar de para construir plataformas de desarrollo y conocimiento, significando una muy posible nueva oportunidad perdida para engrosar la colección.
En Catamarca, por ejemplo, la promesa hecha hace más de 30 años sobre el paraíso del oro quedó solo en eso, pues al día de hoy la provincia sigue siendo una de las más atrasadas y parasitarias, con el agravante de irrecuperables perjuicios culturales, sociales y ambientales. Otros de esos reveses fueron la coyuntura favorable de mediados del Siglo XX, con un país productor de alimentos aislado del contexto bélico y un mundo hambriento, y a inicios del presente milenio, con la explosión de commodities alentada por el surgimiento de China. En ninguna de estas ocasiones se construyeron aquellas plataformas.
Entonces, los políticos no son el problema, sino solo el síntoma, al igual que los empresarios, el empleo público y los planeros (¿qué son los dos primeros sino bastos planeros VIP?). Es el discurso libertario el que se centra, apoyado en un comprensible hartazgo, en lugares comunes fáciles como la crítica a «la casta» aunque desatendiendo las causas que incentivan la propagación del mal. El verdadero quid es un país que no está diseñado para promover ni la producción ni el conocimiento, y por lo tanto mal puede exigírsele que ofrezca resultados en esa línea.
Vale arriesgar que, como nueva instancia, impera repensar el exhausto esquema organizador de la vida. Es decir, hay que cortar y dar de nuevo. Deben generarse acuerdos generales y generosos renunciamientos, incluso de aquellos pocos que prefirieron distanciarse de la racionalidad trepa. Esto muy probablemente se dé de cara con los intereses de los estratos que han salido favorecidos por el anterior reparto, contra el statu quo, al tiempo que sobra decir que sería fácil plantearle renunciamientos a asalariados y trabajadores.
Mientras el fondo de estas cuestiones continúa sin abordarse y se renuevan las potenciales oportunidades a perder, el mundo avanza en afrontar nuevos desafíos. Las aperturas de la Inteligencia Artificial (IA) y de lo posthumano a los campos del trabajo y la educación amenazan con postergar rápidamente a la obsolescencia a cualquier escenario vital contemporáneo. Aún así, los actores sobre el estrado local no dan cuenta de interés o capacidad para tratarlas.