Es subdirector de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), la ONG que creó Consonante.org, una iniciativa que busca llenar los vacíos informativos en Colombia. Se refiere a la concentración mediática, al financiamiento, a la guerra interna y los riesgos del ejercicio periodístico en el país. «El escenario para el ejercicio libre del periodismo el complicado», explica.
Entrevista: Daniel Lencina
– La declaración de objetivos del proyecto indica que buscan llenar algunos vacíos informativos que se producen en Colombia, ¿cuáles son esos vacíos?
– Esto tiene que ver con por qué nace Consonante, que es el resultado de un trabajo de investigación que se hizo hace un par de años que se llamó «Cartografías de la información». Junto con la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), que es la patrocinadora de esta iniciativa, se identificó que la mitad de los 666 municipios que hay en el país no tenían información porque no tenían medios de comunicación locales ni de ningún tipo, ni radios comunitarias, ni blogs, ni periodistas. Estos 666 municipios contienen a la cuarta parte de la población del país, es decir que hay 11 millones de personas que no tienen acceso a información. En contrapartida, las radios militares abarcan casi el 80% del territorio, por lo que tienen acceso a una captura del imaginario en la mayor parte del territorio nacional.
En vista de este diagnóstico desalentador es que se formuló la idea de creación de una propuesta pedagógica, en primer lugar, para que se creen medios de comunicación en esos territorios, desde donde nace el laboratorio Consonante. Esto es una iniciativa que nace en plena pandemia, por lo que tuvo todos los problemas del mundo, puesto que la idea era llevar un contenedor con equipos y herramientas para estar dos meses con las comunidades y enseñarles a hacer periodismo a quienes estuvieran interesados, y crear un diplomado regional, lo que era algo muy bello, porque era ir por todas partes implicando una movida de instrumentos muy grande. Entonces se formula que el diplomado se haga viajando y cuando se reactivara la movilidad y se pudieran entrenar a las personas; es así que se han alfabetizado a muchos. La página que publicamos, Consonante, nace con contenidos diarios de municipios alejados producidos por esos corresponsales de Tadó, Fonseca, dos en La Guajira, otros dos en El Chocó, en San Juan del César, etc.
– He notado que hacen énfasis en el periodismo local…
– Sí, esa es la idea, porque de esos municipios no se habla, no hay información, y hemos privilegiado precisamente los lugares donde hay vacíos. Tratamos de llegar allá y también de integrarlo alrededor; hay lugares muy deprimidos, alejados, con carencias en los servicios públicos, de vías, de acceso a Internet, de agua potable, etc.; son las regiones históricamente más abandonadas por el Estado.
– ¿A qué atribuyes que se produzcan esos vacíos informacionales?
– La información que nos arrojó la cartografía contempla diferentes variables. En algunos casos es el efecto de la guerra y de los desplazamientos forzados, y en otros es que nunca ha habido una tradición de comunicación en esas regiones; fueron asentamientos que fueron creciendo pero nunca hubo una necesidad de comunicación.
Creo que es un vacío mucho más profundo, de ciudadanía, de cómo se conciben a sí mismos los sujetos de esas regiones, y muchas veces las urgencias materiales están por encima de otro tipo de cuestiones. Pero, dependiendo de las regiones, encontramos múltiples variables.
– ¿Encuentras alguna relación entre todo esto y el peso de Bogotá como capital del país?
– Por supuesto. La concentración del dinero y administrativa se solapan en una hegemonía de las ciudades y del poder. Y la historia de los medios de comunicación en Colombia está ligada al poder desde su origen; creo que en la mayoría de los países sudamericanos ha ocurrido lo mismo. No hubo un sistema de medios del Estado. De hecho, se plantea como una herejía el hecho de que el Estado financie sin intervención, lo cual suena extrañísimo.
– La BBC es crítica de su gobierno porque permanentemente le reclama más presupuesto…
– También sucede con la Deutsche Welle, que es crítica de su gobierno en Alemania. De hecho, en la FLIP somos cada vez más conscientes de esa necesidad de fortalecimiento de medios. Porque lo que vemos es que hay un debilitamiento generalizado producto de las narrativas de las redes sociales, se debilitan también la credibilidad y otros cauces informativos interesantes que antes habían. La información ha migrado con una enorme dificultad, los periodistas y medios que hoy investigan como Vorágine, Cerosetenta, La liga contra el silencio, La Nueva Prensa, Agenda Pública, han nacido en Internet con agendas muy interesantes, feministas. Todos tienen una enorme dificultad para la supervivencia, por lo que se pelean la cooperación extranjera.
No tenemos una financiación propia en la que los consumidores hayan asumido la información no sólo como un derecho, sino también como algo que hay que pagar. Vemos necesario que el Estado fortalezca este tipo de iniciativas donde no hay recursos y donde más alejado se está del sistema de información pública, como sucede en los municipios que estamos visitando.
Las fallas y las carencias son enormes. Ni siquiera las alcaldías tienen información suficiente de lo que está pasando. Es de una dificultad enorme conseguir información, y hace falta.
– ¿Cómo ha logrado subsistir Consonante con estas dificultades de orden cultural, incluso en tiempos de pandemia?
– Nuestro caso es particular, porque la FLIP no tiene financiación nacional de ningún tipo, ninguna ayuda del país, sino que todo es financiamiento extranjero. Lo mismo pasa con Consonante, que es financiada por la cooperación extranjera. Eso nos da una ventaja, un margen de libertad, que es algo que nosotros defendemos. Pero en el sistema de medios en general pensamos que el Estado debe ejercer una regulación. Porque sucede que el Estado interviene de una manera abusiva, a través de los gobiernos, de la pauta, del chantaje local, lo que termina en publicidad pura y dura camuflada en relatos periodísticos, lo cual no es información que aporte ni que haga control de vigilancia de los recursos públicos.
De acuerdo a mi experiencia, el compromiso de los usuarios de los medios de Internet es muy poco. En Latinoamérica no hemos logrado hacer que los usuarios paguen por la información a la que acceden, aunque sea en un 50%. Aquí es muy ínfimo lo que uno logra hacer con los usuarios. Hay que rebuscarse dando talleres, clases, etc.
Consonante.Org, laboratorio contra los vacíos informativos en Colombia.
– ¿Han experimentado algún tipo de parresía?
– Llevamos muy poco tiempo con Consonante, y hasta ahora los periodistas que están localmente trabajando, no. Hay unos periodistas que están en el terreno y que son quienes consiguen el grueso de la información, y desde acá [en Bogotá] hay otros que se encargan de completar datos, de buscar un experto que contextualice, etc. Hay una relación local con el centro que es interesante, porque también nos ayuda a tener una visión local-nacional.
A veces los periodistas tienen reclamos y situaciones con funcionarios, «¿por qué dijiste esto?», etc. Pero más allá de esto no han pedido ninguna rectificación por la vía formal. Uno siente que ahora hay cierta aprehensión, porque algunos mandatarios y gobernantes locales ya saben que los están vigilando. Y nuestros periodistas tienen el respaldo de una organización como la FLIP, que es reconocida a nivel internacional, lo que da mucha tranquilidad para poder decir algunas cosas. Es un ejercicio interesante y por eso es importante señalar la independencia económica; tenemos cómo hacerlo, lo estamos haciendo y hasta ahora no se nos ha limitado.
Sin embargo, hay temas que todavía no se pueden abordar de frente por los riesgos de seguridad. Por ejemplo, hace poco hubo rumores de un Plan Pistola entre la policía con el Clan del Golf, que tiene conexiones con Sinaloa, viene de los reductos del paramilitarismo, y controla territorios de producción de droga. Eso genera muchos temores en las localidades, donde se sabe que cualquier policía puede quedar allí. Y abordar esos temas es delicado, requiere contextos de seguridad nacional, por lo que a un periodista local le queda muy difícil. De entrada, nosotros decimos que por ahora no los vamos a tratar. Estamos hablando más de asuntos relacionados con la infraestructura, los municipios, con mostrar la existencia de poblados que no se conocen tales como El Pueblo de la Memoria, que está formado por desplazados por el conflicto armado colombiano. Esos sitios no habían sido visitados por ningún medio tradicional, pero aquí estamos haciendo seguimiento, lo estamos consiguiendo y no hemos sufrido de reacciones adversas.
– ¿Qué tan riesgoso es el ejercicio periodístico en Colombia?
– Justamente, estamos por sacar un libro que ya está en fase de maquetación, que cuenta, a través de testimonios, la historia del conflicto armado colombiano producto de lo que ha sido el informe de la Comisión de la Verdad en el que la FLIP participó activamente. Lo que hemos visto es que a lo largo de estos 60 años han habido prácticas sistemáticas en las que los periodistas quedaron en el fuego cruzado, produciendo más de 160 muertos con picos altísimos entre 2000 y 2003. Pero no ha parado, en 2017 hubo víctimas, durante las protestas del Paro Nacional hubo… El ejercicio del periodismo todavía no es fácil en Colombia. Tal vez sea un poco mejor en Bogotá, en ciertas áreas temáticas y para ciertos medios que tienen cierta protección por ser grandes. Pero en las regiones donde se han puesto las balas y han habido silenciamientos, los periodistas deben dedicarse al registro diario de los boletines de sus ayuntamientos y nada más. No hay una indagación más allá de eso, no se atreven, hay niveles de censura, hostigamientos…
Durante el gobierno de [el expresidente Iván] Duque hubo prácticas de ciberpatrullaje, sobre lo que la FLIP publicó algún informe. Contrataron empresas privadas para identificar amigos y enemigos en la prensa. El ejército también tenía un listado de periodistas a los que consideraba amigos o enemigos. Esa visión un poco maniquea de la guerra se ha trasladado y ha convertido a muchos periodistas en enemigos internos, como una especie de aliados y con una construcción discursiva propia de la guerra fría. Somos el mal que hay que extirpar desde adentro, y con el que hay que tener cuidado. Algunos periodistas han sido señalados, sindicados de eso, y están en listas. Por eso tenemos periodistas con protección, acompañados por escoltas, otros exiliados, etc. En Colombia, el ejercicio de decir y pensar, ha sido restringido y limitado por vías violentas también.
– ¿Crees que esta situación pueda llegar a cambiar con un gobierno de izquierda, lo cual es todo un hito en la historia institucional colombiana?
– Yo creo que es algo que va a tardar mucho tiempo en cambiar. No sólo hacia los periodistas, sino también hacia los defensores de los Derechos Humanos, porque culturalmente ha habido una legitimación y una justificación discursiva de estas muertes. Hay frases que todavía resuenan como «no estaban cogiendo café», que decía el expresidente [Álvaro] Uribe a unos defensores de Derechos Humanos sobre unos falsos positivos; es decir que los mataron por algo. Y esa mirada se instaló como una práctica que culturalmente tiene un impacto.
Con el Informe de la Verdad nos dimos cuenta de que hay víctimas según categorías. El secuestro visibilizó las víctimas de la guerrilla, que eran de una élite política, gente con dinero, y esa ha sido la mayor indignación de los centros de poder y urbanos. Las víctimas, los líderes sociales, defensores de Derechos Humanos, de tierras, y muchos periodistas que son activistas, no son vistos con la misma indignación. Hay desaparecidos, una cantidad de muertos muy superior que todas las dictaduras del cono sur sumadas, porque sólo en Colombia y en los últimos años llegamos a 110 mil personas.
El escenario para el ejercicio libre del periodismo el complicado, y hay una herida de más de 60 años que estamos tratando de cerrar a través de actos simbólicos que requiere mucho tiempo. El Informe de la Verdad que, por ejemplo en Perú fue recibido de manera tranquila y consensuada, aquí hay un gran sector que ha decidido no aceptarlo. Hay todavía muchas cosas por saldar, un gobierno no es suficiente. Puede que sus gestos simbólicos den muestras del interés que tiene en ayudar a suturar lo que se inició con un Proceso de Paz que se interrumpió durante 4 años, pero hace falta más.