La derechización de la política, el engaño del centro y el extravío de la izquierda (1ª parte)

Por Enver Vargas Murcia

Foto de David Wilson

El ascenso de políticos como Orbán, Meloni y Erdoğan en Europa, del fundamentalista Modi en Asia o de personajes como Milei, Bukele, Boluarte y Noboa en América Latina, han saltado todas las alertas de los medios masivos de divulgación y asombran a los siempre optimistas analistas institucionales de la política. Justo este año, las últimas elecciones al parlamento europeo, en el que las derechas, incluso las más radicales, han cosechado sendos frutos siembra la consternación en todos los optimistas del orden.

Los mitos cacareados incesantemente, desde hace décadas, sobre los beneficios de la democracia liberal hacen agua ante el ascenso de una contrarrevolución violenta, a escala planetaria, que no es mucho más que el síntoma de una arremetida sistémica de la verdadera política capitalista global, la cual tiende sus raíces décadas atrás.

Creemos, en todo caso, que no comprender a cabalidad los procesos de cambio y dominio internacional, acaecidos en las últimas décadas, dificulta entender el umbral de imposibilidad que se le plantea a las izquierdas y a los movimientos populares por todo el globo. Tan determinante es este trabajo de diagnóstico, como desnudar el pacto subrepticio que han celebrado en este periodo las fuerzas liberales institucionales y las alas más violentas y retardatarias de la sociedad, las mismas que hoy amenazan con romper el pacto e imponerse en la cúspide del poder político, por encima de las instituciones modernas.

Ahora bien, el primer paso que se debe dar es el establecer una nueva lectura de lo que sucede, más madura respecto de los mitos fundacionales del capitalismo y las democracias institucionales, en la vía de una toma de consciencia popular que reivindique una verdadera visión transformadora de la sociedad. Tenemos ante nosotros la desafiante tarea de entender el papel jugado por las derechas, en sus variopintas vertientes, el papel ideológico y político del centro en la defensa de un estado de cosas post-utópicas, y el funcionamiento de una izquierda sin ambición, a la que el best-seller de la filosofía de izquierda, Slavoj Žižek, catalogó con agudeza como una izquierda que ni siquiera aspira a ganar.

¿Cómo se nos convenció de la imposibilidad del cambio? La consolidación de la derecha

El más duro golpe propinado a las fuerzas transformadoras de la sociedad por la política neoconservadora y neofascista vino con el derrumbamiento del bloque socialista soviético, que dejó desamparadas todas las perspectivas realmente revolucionarias; hecho que las fuerzas populares no han sabido digerir y asimilar, ni mucho menos han sabido tomar los recaudos necesarios para corregir.

Sin lugar a dudas, las semillas del proceso de desmonte de las fuerzas revolucionarias se sembraron mucho antes. Tal proceso de castración política-cultural de amplio calado y de índole global lo dejó claro en dos ocasiones Margaret Thatcher, verdadera intelectual orgánica del capitalismo neoliberal, madre también de todas las vertientes fascistizantes y autoritarias contemporáneas. La guerra que ganaron los retardatarios fue una guerra principalmente cultural, que ha sido signada a partir de una nueva valoración del mundo a la luz del dogma neoconsevador/neoliberal. (El primer gran error de las fuerzas populares: haber identificado con Gramsci el papel de la cultura en la guerra que libran las fuerzas retardatarias contra los frentes populares, y no haber actuado en consecuencia).

En una entrevista en 1981, en un arrebato de pírrica euforia, la flamante primera ministra desnudó el funcionamiento de la guerra cultural que había impulsado el neoconservadurismo británico. Según sus propias palabras: el método fue la economía, pero el objetivo era ganarse el alma del pueblo, negando derechos, luchando con fiereza, armada de toda la violencia estatal y en contra de la organización popular, imponiendo el mito de un individuo sin sociedad.

Hacía falta también un ejército de intelectuales al frente de nuevas escuelas económicas, administrativas y políticas, que alimentaron una vanguardia tecnocrática comprometida a arrebatar toda viabilidad política a cualquier alternativa democrática. Lo hizo, sobre todo, desactivando la discusión política en medio de los circuitos aceitados de la aristocracia técnica que se hacía clase dirigente y gobernante desde los 70, misma clase parasitaria que no ha dejado el aparato estatal un solo segundo desde entonces y al que dice, con ironía, despreciar1. Esta nueva casta económica y política, igualmente racista, aporofóbica y depredadora, mantiene aún hoy el desmonte del Estado como punta de lanza y principal mecanismo de guerra en contra de las clases trabajadoras; es una tecnoaristocracia afanada por beneficiar a las grandes élites locales y transnacionales, garantizar privilegios y masacrar los derechos populares.

Fue esta la manera con la cual el neoliberalismo, por medio de su batalla cultural, garantizó el cierre discursivo de todas las condiciones de posibilidad para la transformación social, desde las titubeantes y potenciales liberales/republicanas, hasta las verdaderamente disruptivas a escala global. El cóctel perfecto de la arremetida cultural fascistizante, bajo los ropajes de una nueva economía autoritaria, lo complementa la maquinaria massmediática, que encontró en Reagan su actor insignia (actor y político, como no podía ser de otra manera) y en Rambo el personaje prototípico de la industria cultural del cine y la televisión que, desde aquel entonces, no hace más que repetir la imposibilidad de cambio. Importante papel juegan los periodistas, intelectuales, los cineastas y sus distopías en toda esta trama. Desde aquellos años de ascenso de las élites neoliberales/neoconservadoras, las industrias culturales y las élites artísticas asumieron la defensa cultural del realismo capitalista; escenificando su triunfo incesante en cada momento (¡el fin de los tiempos!) y negando toda posibilidad de vida fuera del régimen del capital.

Tenemos también un segundo episodio thatcheriano, que ayuda a entender cómo el capitalismo neoliberal finalmente deglutió la alternativa socialista, y este fue cuando la Dama de Hierro reconoció que las potencias occidentales habrían incidido directamente en la política interna de la URSS, en el seno mismo de las élites socialistas, para allanar la llegada al politburó de hombres afines al western way of life. A diez años de la entrevista que citamos antes, exactamente en el año 91, pronunció un nuevo discurso en un evento de magnates petroleros en Houston. Allí, Thatcher habría reconocido que la destrucción de la URSS no se debería tanto a su implosión interna, como reiteran una y otra vez todos los aparatos ideológicos del capitalismo contemporáneo, sino que se habría dado por un Caballo de Troya impulsado por occidente y que tiene en personajes como Gorbachov y Yeltsin a sus máximos exponentes.

Entender este hecho es un asunto no menor, pues el mito de la eternidad del régimen capitalista solo es posible si se mantiene la farsa de que todo sistema alternativo es inviable. Al respecto de la farsa de la inviabilidad del socialismo, conviene releer los trabajos de intelectuales como Pasqualina Curcio. En estos análisis sosegados parece quedar claro que la caída del socialismo se debió a la alta concentración del aparato burocrático y su alta permeabilidad frente al oportunismo político de las élites: verdadero viejo enemigo que no deja de parasitar y hacer metástasis en todos los procesos populares de izquierda.

Es decir, el socialismo no fue inviable económicamente, ni socialmente, ni siquiera técnicamente; fue inviable políticamente y bien sabemos que el quiebre político es una realidad omnipresente en todas las sociedades, incluso en países capitalistas avanzados.

Por el contrario, deberíamos asumir la tarea contraria: evidenciar las enormes dificultades contra las que se enfrenta cualquier alternativa genuinamente social y democrática, por pequeña que sea. En realidad, lo que debería sorprendernos no es el ascenso de la derecha, ni de sus vertientes más peligrosas y retardatarias. Lo realmente sorprendente son las pequeñas luchas sociales que siguen existiendo, las reformas y el anhelo de transformación que se sigue reeditando contra todo pronóstico.

Por el contrario, las «nuevas» derechas no dejan de recordar, de hacer eco a los viejos monstruos que los medios de comunicación, los partidos tradicionales y el intelectualismo de élite han preferido no mirar en los últimos setenta años. Las nuevas derechas son, por contra, los viejos discursos fascistizantes que han escuchado estos mismos periodistas, pensadores y políticos en sus casas, de boca de sus propios abuelos, quienes ayer abrazaban el nazi-fascismo y cuyos nietos hoy aúpan a los nuevos partidos racistas y abrazan al genocidio sionista.

Porque lo que no podemos olvidar es que las sociedades no se derechizan como se quiere hacer ver este momento histórico en particular. En realidad, la derecha, el conservatismo, el odio a lo diferente, el racismo, la violencia a las minorías, a las mujeres y a los pobres, no son una novedad histórica; son, en todo caso, la condición misma de la política moderna que propugna la excepcionalidad de la violencia (sea estatal o paramilitar) según su propia mecánica y necesidades. Conviene, por ende, no olvidar la esclarecedora advertencia que Bertolucci puso en boca de Gerard Depardieu (en el personaje, Olmo Dalcò):

«Los fascistas no son como los hongos que nacen así en una noche, no. Han sido los patronos quienes han plantado a los fascistas, los han querido y les han pagado. Y con los fascistas los patronos han ganado cada vez más. Hasta no saber dónde meter el dinero». (Novecento)

El camino para entender cómo nacen los monstruos fascistas, saber con certeza quién alimenta las hordas neofascistas y los instala socialmente, consiste en seguir las pistas del dinero que los alimenta y las instituciones que les dan cobijo e impulso. La derechización de la sociedad no es un accidente, se da por la financiación de grandes fortunas, por organizaciones y tanques de financiamiento (no de pensamiento) encargados de difundir la ortodoxia neoliberal, con fundaciones como la Atlas de Fisher; y los medios de comunicación que pasan décadas inflando personajes como Trump (predilecto personaje en la cultura mainstream estadounidense) y Milei (impulsado por medios tradicionales argentinos).

Todos estos personajes, en cualquier rincón del mundo donde parasiten, están siendo respaldados por grandes fortunas, por empresas intelectuales transnacionales que se encargan de difundir una ortodoxia pobre en evidencia, pero rica en radicalismos y en difusión mediática. Es una nueva pseudointelectualidad que solo ha podido colonizar las facultades de economía y que, ante la dificultad de avance dentro del mundo académico, principalmente ocupado por antiguos liberales biempensantes y alguna avanzada izquierdista que ya no reproduce un discurso revolucionario, propugna con desmontar el sistema universitario. No es casual que hoy día los líderes de opinión de las derechas internacionales se sientan tan envalentonados como para señalar con el dedo a profesionales, profesores, intelectuales y hasta profesiones enteras como enemigos de su campo ideológico, promoviendo incluso la nueva educación (altamente ideologizada) por fuera del ámbito académico/universitario en plataformas de marketing más que de educación genuina.

Se ha necesitado cultivar un odio patológico a la cultura, a la educación y la universidad para poder instalar en las masas sociales el credo neoliberal que hoy supura en las redes sociales. Estos intelectuales y sus discursos han podido afianzarse despreciando todo debate serio y riguroso, porque saben muy bien que la batalla no la pudieron ganar intelectualmente, sino a través de las mentiras (son los mayores divulgadores de las fakenews), de la movilización patética de emociones por medio del marketing y gracias al respaldo que las instituciones más retardatarias de los Estados y las sociedades siempre les han prodigado (como los medios de masas y las fuerzas armadas).

Solo repitiendo cantinelas simplistas, en medio de gritos, con frases ramplonas y sin el más mínimo atisbo de crítica, son amparados por la prensa de élite y los programas mediáticos de farándula. Así, estos divulgadores del odio han podido posicionar mentiras como los cientos de millones de muertos del movimiento socialista mundial, teorías extravagantes como el «gran reemplazo» en países propensos a la xenofobia e impulsar conspiraciones absurdas contra la hombría que hoy denuncian líderes retardatarios y peligrosos desde la mansphere.

Solo así han podido aumentar su impacto social, enquistando principalmente en las juventudes, sujetos realmente susceptibles ante la fragmentación de las sociedades que experimentan la pérdida de los derechos sociales ganados en las viejas luchas populares. Son los jóvenes el principal caldo de cultivo de las fuerzas retardatarias, que saben anidar en medio del riesgo ontológico de los ciudadanos más empobrecidos, hijos de los pueblos reducidos al desempleo en sociedades sin futuro, sin vacaciones, sin pensiones.

Pero no nos llamemos a engaños: la receta implementada por estas fuerzas es efectiva tanto para instalar nuevas subjetividades que impulsen la carrera política de los oportunistas políticos de derechas en las instancias de poder, tanto como para generar una nueva ciudadanía domesticada, que justifique la violencia desproporcionada contra el otro (feminizado, pauperizado y racializado), como para asimilar la violencia contra sí mismo. Es en medio de ingentes cantidades de dinero que se ha promovido una nueva política de derecha, alimentada y cultivada para pescar incautos en las redes sociales, en las escuelas, con credos neofascistas, con nuevos medios de comunicación que solo son nuevos en el empaque, pero que siguen vomitando el mismo odio racial, social, de clase y de género de siglos pasados. Repitamos entonces, la sociedad no se derechiza por sí sola. Hay una fuerza imperecedera y violenta que empuja a la sociedad hacia esta crisis política, misma fuerza que ayer movía a sus peones hacia el centro, al liberalismo y el institucionalismo, pero que mañana no tendrá el más mínimo recato en movilizar a sus huestes hacia el fascismo y la violencia callejera.

1 Sonríe con sorna Milei al llamarse «topo» al interior del Estado.

¡Recibe las publicaciones de Parresía Online en tu correo electrónico!