La derecha europea como síntoma cultural

Por Daniel Lencina, especial para El Ancasti

Málaga (España), octubre de 2022

Foto de Ariel Knox (Pexels)

La flagrante radicalización que atestigua Europa no sorprende tanto por su intensidad como por su desfachatez. Hasta hace no tanto tiempo los sectores neonazis requerían de los beneficios de la clandestinidad para militar sus ideas, o las actividades antiinmigración eran fuertemente sancionadas por los aparatos burocráticos y de control policial.

Por estos días, en cambio, Giorgia Meloni asciende con Fratelli en Italia enarbolando una reivindicación de Benito Mussolini, sumándose a una apuesta ultraconservadora que en el continente hace tiempo sostienen figuras como Marine Le Pen en Francia, Viktor Orbán en Hungría, Andrzej Duda en Polonia, Alternativa para Alemania y VOX en España. La misma Meloni, para poder maniobrar legislativamente necesitará mantener cercanía con La Lega antiinmigrante de Matteo Salvini y Forza Italia de Silvio Berlusconi. Es decir que lejos de ser motivo de bochorno, los valores cercanos al racismo, el clasismo y la homofobia –por nombrar unos pocos-, logran adquirir cuerpo político oficial gracias a la sincronía de banderas como la lucha contra la corrupción, la familia y la paradójica empresa siempre ligada a la esfera estatal.

Esto es, a esta altura ya sin novedad, que la derecha está claramente aventajando en una lucha cultural por el pronunciamiento de verdades que interpretan el mundo y la vida. ¿Cómo es esto posible cuando estas políticas han estimulado niveles sin precedentes de desigualdad hasta excluir a grandes masas poblacionales de todo circuito? O, para pensarlo con menos rodeo, ¿desde qué lugares puede comprenderse que trabajadores mileuristas respalden las iniciativas de alguien como Berlusconi?

Si hay algo de lo que las derechas han sabido beneficiarse es de la apelación a las subjetividades, en lo que los medios de comunicación de cuyo manejo disponen tienen mucho que ver. Y es que la disposición en red de tales dispositivos en tanto parte de una capilaridad de poder conforman un bios que configura las subjetividades en el presente, logrando su aceptación e incorporación, además de absorber toda posible contradicción a su coherencia discursiva. El ímpetu de la virtualidad le permite a la red expandirse desconociendo todo límite político hasta adquirir homogeneidad en la diversidad global, al punto de hacer de los Estados meros instrumentos de gobiernos supra. El capitalismo no sólo fabrica productos para ser intercambiados sino, sobre todo, formas de actuar, pensar y sentir. Hace tiempo que Hardt y Negri afirmaron que las grandes potencias industriales y financieras producen no sólo mercancías sino también subjetividades dentro del contexto biopolítico: “producen necesidades, relaciones sociales, cuerpos y mentes –es decir, producen productores”.

¿Cuáles son entonces las alternativas para la producción de otras subjetividades que ulteriormente darán lugar a la creación de nuevos mundos? Si la lucha para la generación de verdades en gran medida se despliega en el campo simbólico, es allí el lugar donde la apuesta por otros discursos, prácticas, subjetividades y mundos se plasma como resultante creativo de aquella instancia de singularidades que es la multitud. Tal sospecha fue advertida por trayectorias comunicacionales críticas como MediaPart en Francia y ElDiario.es en España –entre otras-, ofreciendo lecturas de mundo alternas a las mayoritarias, interpelando la producción de subjetividades singulares y promoviendo escenarios vitales superadores.

Pese a que la racionalidad neoliberal tenga la capacidad de incorporar incluso aquellas contradicciones, las luchas por las verdades recurre al empleo de los mismos recursos de pronunciamiento discursivo en el campo de la cultura. Por eso, lo que estamos atestiguando es, en definitiva, un mero síntoma de la batalla por nosotros mismos en el mundo del presente.

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