Guerra y propaganda

Por Daniel Lencina, especial para El Ancasti

Málaga (España), abril de 2022

Foto de Matti en Pexels (cc)

El terror que Europa y Estados Unidos le tienen a Vladimir Putin es ya inocultable, y él lo sabe. Mientras Ucrania pide desesperadamente por diversas ayudas que van desde el envío de armas hasta la profundización de sanciones que logren desestimular la invasión rusa, la solidaridad parece llegar sólo en términos simbólicos.

De esta manera, el terreno en el que uno de los bandos plantea la guerra no es sino el comunicacional. Poco valor tienen la necesidad del establecimiento de los corredores humanitarios, del énfasis en los términos intercambiados en las negociaciones, del cese del fuego, del rescate y atención de las víctimas, etc., en relación con la puesta en funcionamiento de toda la maquinaria de legitimación que termine por caracterizar a Putin como el referente del lado malo del conflicto y perjudicial para la humanidad.

En una pantomina que pretende emitir un mensaje de presencia en primera línea, Joe Biden se presenta en Polonia, país de tránsito de millones de ucranianos que buscan huir de los bombardeos, profiriendo advertencias que claramente no tuvieron impacto alguno. La OTAN, por su parte, sólo parece querer evitar una confrontación directa bajo el criterio de evitar una escalada mayor y de respetar los tratados internacionales, como si estos límites hubieran significado algún impedimento en anteriores conflictos, en otros puntos del globo. ¿La diferencia?, el adversario es, en esta ocasión, la poderosa Rusia del impredecible Putin.

No sólo se trata del poderío militar que tanto Bruselas como Washington se niegan a admitir a viva voz, sino de todas las líneas comerciales que una buena parte del mundo mantiene con Rusia alrededor de la provisión de combustibles, energías y en el campo financiero. Las tensiones, más que por la fraterna prevalencia de la paz, se mueven dentro de los márgenes de buscar mantener la vigencia de un determinado orden biopolítico, de gobierno de la vida a través de los dispositivos comerciales y políticos internacionales que está siendo amenazado.

Es eso lo que está en juego y, por una de las facciones, la batalla quiere ser llevada a lo discursivo. No basta con las censuras o con la política de etiquetas en las redes sociales, o con la desactivación de aplicaciones de teléfonos móviles en territorio ruso, sino que se movilizan e involucran lugares en una diversidad que converge en el llamado al orden; desde el deporte hasta el arte, pasando por esferas como la innovación tecnológica, se ha producido un alineamiento que antes no se había advertido en otras disputas territoriales que también tenían recursos naturales de por medio.

Al tiempo que los ucranianos continúan clamando por asistencias de todo tipo y Volodimir Zelenski se desvive por aunar al mundo tras Ucrania, lo que realmente ha acusado una aceleración es el ritmo de una maquinaria que apuesta a la propaganda para establecer la disputa en el terreno de lo simbólico.

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