Por Daniel Lencina, especial para El Ancasti
Bogotá (Colombia), mayo de 2020
Foto de O. Magni (cc)
El televisor en el centro de la sala, el computador como medio de trabajo, socialización e información, el celular acentuando su protagonismo en la vida de las personas, la radio permanentemente encendida como compañía, el periódico llegando a millones de hogares ya sea en soporte impreso o digital. En tiempos de cuarentena, los medios de comunicación se constituyen en la ventana excluyente a través de la que se puede acceder al mundo desde la celda de la vida, aunque no como mero medio de contacto, sino primordialmente bajo su pose vigilante.
Ya Michel Foucault se había dedicado a estudiar, en las décadas de los 60’ y 70’, el peso de la vigilancia en los sistemas carcelarios arquitectónicamente dispuestos bajo el arreglo panóptico, en los que la observación del guardia ejerce un poder sobre la disciplina de los reos que termina incorporándose en la vitalidad de sus cuerpos. Es un biopoder que actúa con propósitos de disciplinamiento pero que no es privativo de los sistemas penitenciarios, sino que se practica en otras modernas instituciones de encierro tales como los hospitales, los manicomios e institutos psiquiátricos, las escuelas y las universidades. El fin, esto es, el proyecto biopolítico, es el ordenamiento en el marco de lo que entonces se conoció como la “Sociedad Disciplinaria”.
Con el tiempo, los avances sociotécnicos hicieron que los dispositivos a través de los que se ejerce el poder se fueran sofisticando, tendiendo hacia una creciente sutilización en sus prácticas, aunque sin abandonar a los disciplinares. En un contexto de globalización y vigorización de las comunicaciones, el biopoder logró trascender los muros de las instituciones de encierro para procurar alcanzar los espacios más cotidianos, íntimos y micro de la vida misma. El esparcimiento, el consumo, la vida familiar, el hogar, la sexualidad, el trabajo y todo ámbito en el que se despliega la vida fue alcanzado, en todos sus lugares, por el biopoder de lo que pasó a ser conocido como la “Sociedad de Control”. Aquí, la novedad es que el poder es aceptado por las personas y las comunidades, cuyas vidas son reguladas y administradas desde dentro a partir de asumir como propia una biopolítica que los incorpora para gobernarlos. Y, en tanto dispositivos de gobierno, los medios masivos de comunicación juegan un rol central de afectación a la par de otros como las ONGs, los organismos supranacionales de la ONU (por ejemplo el Banco Mundial, el FMI, la UNESCO, la OMS), los aparatos del Estado de Excepción (policía, ejército), y otros. ¿Con cuáles objetivos? Siguiendo el razonamiento de Michael Hardt y Toni Negri, éstos no son sino aquellos que los del “Imperio”, lo que le da título a su libro publicado en el año 2000.
De esta manera, el poder imperial es capaz de alcanzar e incorporarse a la vida misma, logrando ser aceptado, produciendo subjetividades. En los actuales tiempos de pandemia, esto es un riesgo todavía mayor. Un informe recientemente elaborado por The Global Web Index y divulgado por el Foro Económico Mundial revela que, como forma de sobrellevar el confinamiento, la población del mundo está consumiendo niveles sin precedentes de medios, llegando incluso a producir bloqueos en streamings y canales de transmisión. El 80% de los consumidores admite que su exposición a la TV ha aumentado desde el inicio del brote, mientras que el 68% busca principalmente actualizaciones en línea sobre el COVID-19. Esto es, básicamente, que las personas pasan mucho más tiempo frente a las pantallas como estrategia para soportar las cuarentenas. El peligro consiste en que tal exposición no es inocente, sino que está cruzada por discursos que detrás de su tejido textual guardan relaciones de poder, por una construcción simbólica del presente apoyada en entrelazamientos afines a lo que el italiano Maurizio Lazzarato entiende como “la condición neoliberal” -la cual no determina, mas condiciona- demarcando límites al ejercicio de la libertad. Es en este contexto, con la enarbolación de los postulados del mercado y de la cultura neoliberal, que se entienden las proclamas por el “cese del confinamiento”, “el fin del comunismo” y “la reactivación económica” a riesgo y mientras el contagio se propaga como un incendio en los sectores populares, o de que en las cárceles podría ser catastrófico. Eso sí, para los favorecidos en la distribución del poder imperial, aquellos en situación de privilegio, la prioridad seguirá siendo el cuidado de su salud. Así, la biopolítica neoliberal del coronavirus (que ya contaba con el servicio los dispositivos de los medios de comunicación hegemónicos para el gobierno de mentes, afectos y espíritus, pero que ahora se enfatiza con la aparición de otros gadgets como los cascos capaces de detectar la temperatura corporal o las aplicaciones celulares que registran la movilidad de las personas) no parece girar precisamente alrededor del cuidado de la salud.
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