¿Oportunidad para pensar la universidad argentina con sentido estratégico?

Por Daniel Lencina

Fotos: Milagros Soria

El debate en torno al financiamiento universitario provocado por el veto del presidente Javier Milei a la ley aprobada por el Congreso puede –casi involuntariamente– terminar poniendo sobre la mesa una serie de aspectos que no parecen estar siendo totalmente abordados. De momento, tanto la firme postura del gobierno de negar incrementos de fondos como las movilizaciones y tomas de facultades por parte de estudiantes, docentes y trabajadores se queda mayormente en disputas por las partidas presupuestarias. No obstante, la combinación entre la profundidad de la crisis económica, social, política e institucional y la coyuntura de la educación superior podrían generar el caldo de oportunidad para discusiones sobre el tipo de universidad que se aspira a edificar y con cuáles propósitos colectivos, yendo más allá de los valiosos logros de instauración del dispositivo promotor de movilidad social ascendente.

Milei gusta de la práctica de poner a otros países en la mira prospectiva. Tal es el caso de Irlanda, a la que le otorga el privilegio de ser un referente a alcanzar en el plazo de los próximos 45 años si se aplica su plan económico1. Un al menos discutible ejercicio ya que cada conjunto societal atraviesa sus propios devenires históricos y experiencias. Aún así, arriésguese una transposición a la esfera universitaria como factor estratégico.

Actualmente son varios los países que están invirtiendo considerablemente en educación superior y en el desarrollo de sus instituciones académicas. Estados Unidos lidera la lista de fondos destinados al área2. El gasto de China es también significativo, procurando mejorar la calidad e internacionalización de sus universidades3 4. Otros países como Alemania, Canadá y Australia atraen a académicos de todo el mundo con programas que favorecen la colaboración internacional. De la misma manera, Reino Unido y países nórdicos como Suecia y Dinamarca ofrecen apoyos a la investigación y buscan talento global.

Pero hay otros países en los que estas apuestas son incluso más evidentes. Por caso Singapur, que actualmente tiene una economía fuerte y competitiva, para cuya edificación se ejecutaron –desde la década de 1960– programas económicos, sociales, de empleo y de educación para formar profesionales calificados capaces de llevar adelante el desarrollo del país. Es por ello que en el presente el país cuenta con universidades muy bien rankeadas en el escenario académico global, tales como la Universidad Tecnológica de Nanyang5.

Por estos días, Vietnam aspira a presentar competencia en el campo de la producción de semiconductores, para lo que invierte millones en la creación de universidades y centros de investigación que formen a trabajadores especializados. Los programas incluyen asociaciones entre universidades y empresas internacionales para mejorar la calidad de la enseñanza, además de incentivos para que las firmas de semiconductores establezcan fábricas y centros de investigación en el país6 7.

Pero el líder mundial en esta industria es Taiwán, para lo que el gobierno promovió programas educativos en ciencia y tecnología, enfocándose en la ingeniería y el diseño de chips. Se ha fomentado la investigación y el desarrollo a través de empresas como TSMC–el líder mundial en la fabricación de semiconductores–, a lo que se adiciona el protagonismo del International College of Semiconductor Technology de la Universidad Nacional Yang Ming Chiao Tung. Estas iniciativas no sólo permitieron fortalecer la industria local, sino que también contribuyeron a posicionar a Taiwán como un actor clave en la cadena de suministro global de tecnología8 9.

También, por estos días, los Emiratos Árabes están apostando fuertemente a sus universidades. Especialmente Dubái y Abu Dhabi se encuentran desarrollando universidades de prestigio que ofrecen robustos programas en áreas como tecnología, negocios y ciencias. El gobierno ha establecido alianzas con instituciones educativas internacionales, y ha diseñado un programa de incentivos para atraer talento académico con salarios competitivos, beneficios y oportunidades de investigación10.

Esto se hace porque los tomadores de decisiones saben que el recurso estratégico del que disponen, el petróleo, es finito. Es decir, hay consciencia de que en algún momento se agotará, momento para el que prevén haber construido una base de sustentación social que permita nuevas proyecciones; esa base no es otra que el conocimiento.

Argentina nunca tuvo esa mirada, creyendo que las manufacturas como el cebo y el cuero siempre estarían –estratégicas durante la segunda mitad del Siglo XIX–, o que los productos primarios como la carne y el trigo –a lo largo del Siglo XX– serían suficientes. En el mismo criterio caben actualmente la soja o las expectativas generadas alrededor del litio. Raramente se plantearon políticas que se adelanten a los tiempos para sentar aquellas bases.

Hubo sólo dos períodos en los que se advierten ciertas excepciones. La primera fue durante las presidencias de Hipólito Yrigoyen (1916-1922 y 1928-1930), en las que se implementó un programa de creación de universidades nacionales que logró avances en la democratización del acceso a la educación superior, abriendo oportunidades de ascenso social y económico11 12. El otro fue durante las administraciones de Cristina Kirchner (2007-2011 y 2011-2015) en el que se buscó descentralizar la educación superior, promover la inclusión y motorizar el desarrollo regional13 a. Paradójicamente, la velocidad en la implementación del programa y las sospechas alrededor de las garantías de los recursos necesarios le valieron al entonces gobierno críticas sobre la calidad del servicio prestado por las nuevas instituciones.

La calidad, ¿un slogan?

No puede desconocerse el prestigio que a la universidad argentina le valieron los logros de la Reforma de 1918 –la autonomía universitaria, el cogobierno estudiantil, el acceso universal, la enseñanza moderna y laica–. Con epicentro en Córdoba, los valores de la lucha se propagaron a lo largo de Latinoamérica, representando todo un hito en la democratización de la educación superior en el continente. Además, el hecho de que desde un sistema universitario de tales características surgieran reconocimientos como varios premios Nobel o significativos avances en distintos campos del conocimiento respaldaron la consolidación de los postulados de la universidad pública, laica, de acceso irrestricto y de calidad, sumado a la posterior instauración de la gratuidad.

Sin embargo, las idas y venidas de las sucesivas crisis no han dejado de afectar a la universidad al punto de dejar rezagado el punto de referencia de la Reforma del ‘18, prácticamente amortiguando la inercia de aquel prestigio ganado. Así, hoy en día la mentada cuestión de la calidad es al menos discutible.

Recientemente se publicó una nueva entrega del QS World University Ranking. Irónicamente en medio del debate por la financiación, la actualización de la clasificación mundial de universidades destacó la posición de algunas argentinas. La Universidad de Buenos Aires (UBA) se ubicó en el 10º puesto en América Latina, acompañada por otras destacadas como la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) en el puesto 22º, la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) en el 33º, y la Universidad Nacional de Rosario (UNR) en el 58º14. En total hay 16 universidades nacionales públicas clasificadasb.

Más allá de las recurrentes críticas al ranking QS –tales como el énfasis en la reputación basado en encuestas, el peso otorgado a la internacionalización, una metodología que permitiría que algunas universidades inflen sus datos para mejorar sus posiciones16 17 18–, lo oportuno del dato se ofreció como recurso argumental a favor de la calidad.

Sin embargo, debe advertirse que la clasificación no valora al sistema estatal de educación superior argentino como tal, que está integrado por 57 universidades en total19, sino a las mencionadas de manera particularc. Es decir, hay 41 universidades que no ingresaron en la última clasificación.

Cuando una universidad no aparece en el ránking QS es porque no ha alcanzado los estándares mínimos requeridosd. Entonces, la pregunta que surge es: si la buena clasificación lograda por algunas universidades sirve como fundamento para reivindicar la calidad frente al reclamo presupuestario, ¿cómo se posicionan aquellas otras que no han satisfecho las puntuaciones mínimas –que, de hecho, son la mayoría del sistema–? Hay incluso casos que no sólo no califican para el ránking QS, sino para ninguno de todos los que actualmente se elaboran y alrededor de los que se dinamiza el ecosistema académico internacionale.

Si bien no la única, una de las mayores deficiencias tiene que ver con el escaso volumen de investigaciones, publicaciones y citasf. Sin dudas que –como se viene argumentando– el aspecto presupuestario es clave para el estímulo de la investigación, pero también hay otros relacionados con la cultura organizacional. Esto es el conjunto de valores, creencias, normas y comportamientos que guían la interacción entre los miembros de una organización y con el entorno. Dicho de otra manera, refiere a los modos en los que se entiende que debe hacerse academia, abarcando desde el acceso a las cátedras hasta las lógicas de producción.

Por ejemplo, un académico de carrera sabe que una buena parte de su sostenimiento estará ligada a las publicaciones que logre. Sin embargo, esto podría no necesariamente ser así en universidades menos competitivas. En ocasiones, tanto el ingreso como la continuidad del profesor responden a otro tipo de criterios, como la afinidad política o, simplemente, el amiguismo. No han faltado ocasiones en las que los mismos profesores hicieron visibles estas realidades22.

Independientemente del componente ético –lo cual no es menor– de este tipo de prácticas, el impacto negativo lo termina absorbiendo la misma universidad al no recibir de ese académico contribución alguna a favor de su reputación en las clasificaciones, toda vez de que muy probablemente se trate de gente con necesidad laboral pero sin aptitud ni interés genuino por la producción de conocimiento. Pero, por otra parte, en la actual coyuntura referente al financiamiento universitario, podrían hasta terminar dando argumentos al discurso libertario de que las universidades son poco menos que agujeros negros para los recursos23.

Así, la discusión acerca de la calidad es de vital necesidad pero no atada a slogans en los que se tensen disputas solamente presupuestarias, sino alrededor del establecimiento de políticas que direccionen hacia el país y el tipo de sociedad imaginados para las próximas generaciones. Es primordial la identificación de un imperativo sobre la continuidad de las políticas de apertura al acceso o la priorización de una calidad acorde a las demandas que el mundo plantea a la academia en la actualidad. ¿Es esto posible? ¿Hay interés o visión de los actores para encarar esta discusión? ¿Son estas alternativas complementarias o excluyentes? Estos aspectos, de momento, parecen estar ausentes.

a Más que a la expansión institucional, las políticas de educación superior implementadas durante las dos primeras administraciones gubernamentales de Juan Perón (1946-1952 y 1952-1955) se orientaron a favor de la democratización con medidas como la gratuidad del servicio –introducida en 1949–, mejorando las oportunidades de los sectores populares. No puede decirse que fuera una etapa especialmente prolífica en cuanto a la creación de nuevas universidades, sino más bien de fortalecimiento de las existentes y de promoción de derechos para el acceso.

b Otras universidades que también aparecen en la más reciente edición del ránking QS son la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo), la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN), la Universidad Nacional de San Luis (UNSL), la Universidad Nacional del Comahue (UNComa), la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), la Universidad Nacional del Sur (UNS), la Universidad Nacional del Litoral (UNL), la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), la Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC), y la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP)15.

c Sí existen estudios que abarcan a los sistemas de educación superior nacionales en su totalidad y no sólo a las universidades de manera individual. Concretamente, el U21 Ranking of National Higher Education Systems compara los sistemas universitarios de 50 países –aquellos que reúnen las condiciones para estar incluidos, especialmente en cuanto a la disponibilidad de datos–, tomando en cuenta factores como los recursos invertidos, las políticas gubernamentales y el entorno regulatorio, la conectividad internacional, la producción investigativa, y el acceso en términos de equidad y oportunidades. En este listado Argentina se encuentra en el puesto 36º, lo cual es una posición relativamente baja, detrás de varias naciones desarrolladas y emergentes. Estados Unidos encabeza el ránking, pero también hay otros países emergentes con mejores notas que Argentina –incluso varios latinoamericanos– como Singapur (9º), Malasia (15º), Brasil (22º), Sudáfrica (24º), Corea del Sur (25º), Polonia (31º), México (32º), India (33º), Colombia (34) y Tailandia (35º), entre otros20.

d Los criterios de Quacquarelli Symonds, la consultora británica que elabora el informe QS, tienen que ver con la reputación académica –basado en encuestas a académicos de todo el mundo, la reputación entre los empleadores sobre la calidad de los graduados, el número de citas en publicaciones de investigación de alto impacto, la proporción de estudiantes por profesor, y el nivel de internacionalización21.

e Además del ránking QS, otros muy reconocidos son el Times Higher Education, que evalúa a las universidades en áreas como enseñanza, investigación, citas y perspectiva internacional. El Academic Ranking of World Universities, también llamado ránking Shanghái, se centra más en la investigación y en los logros académicos tales como el número de premios Nobel obtenidos por sus exalumnos. También está el ránking Webometrics, que mide la presencia y visibilidad de las universidades en la web, mientras que el U.S. News & World Report se centra en instituciones estadounidenses, aunque también incluye dimensiones globales. Cada uno tiene su propio enfoque y metodología.

f En las universidades más rigurosas el profesor está lejos de ser alguien que solamente dicta clases. En términos generales, se trata del líder de un equipo que realiza investigaciones que son avaladas por publicaciones de alto impacto –journals académicos, libros, etc.– que, además, sus alumnos utilizan como bibliografía para estudiar. De esa manera es que se va generando el nuevo conocimiento. Si la investigación es suficientemente relevante, los researchers de otras universidades y centros citarán a esas publicaciones, alimentando así la reputación de la universidad, de la facultad y del profesor.

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