Esclavos de las instituciones y cómplices de la barbarie

Por Enver Vargas Murcia

Foto de Ahsanul Haque Z

Algo que nos aclara el contexto colombiano actual —marcado por el asedio político/mediático a Petro— y el contexto internacional —a su vez caracterizado por el atroz genocidio que sufre desde hace décadas el pueblo palestino, ahora intensificado— es la enorme disonancia, la mayúscula dificultad que tiene la política liberal para ubicar su marco de acción y pensamiento frente a la atrocidad.

Me explico: desde el 7 de octubre de 2023, día en el que algunos parecieron descubrir el origen de un conflicto en tierras palestinas, muchos no saben qué hacer con las instituciones occidentales para que el mundo, que se desmorona ante sus ojos, tenga algo de sentido.

Periodistas, políticos, analistas, académicos y hasta consultores no encuentran salida a la estupefacción. Y es que el mundo de los valores occidentales, de la ONU, la Corte Internacional de Justicia y la Corte Penal Internacional parece poco reactivo para plantear soluciones ante la barbarie, pero muy flexible para amparar las licencias que se toma el Estado criminal de Israel: que si derecho a la legítima defensa, que Hamas es terrorista, que la Biblia, etc.

En Colombia esto lo hemos visto, una y otra vez, cuando en las salas de redacción la prensa ha esquivado incesantemente el término genocidio para calificar lo que hace el Estado neocolonial de Israel en Gaza y Cisjordania ocupada. Asimismo, día tras día hemos visto cómo el periodismo libre, democrático y de los derechos humanos criticaba todas las medidas adoptadas por la administración Petro contra Israel al considerarlo irresponsable, antidemocrático, “un atentado contra la histórica relación diplomática entre ambos países”, por su torpeza económica y hasta por ser antisemita.

En resumen y para que no quede dudas: la prensa que defiende las instituciones se dedicó casi dos años a criticar la posición diplomática de Colombia contra el genocidio, y apenas musitó palabra contra los crímenes de lesa humanidad que todos presenciamos; incluso cuando los tribunales internacionales ya habían expedido órdenes de captura contra Netanyahu y alertaban sobre la posible comisión de un genocidio, la prensa de Caracol, RCN, Semana, etc., mantuvo una posición cerrada denunciando la torpeza de Petro al cancelar contratos de armas con el régimen genocida, le acusó por intentar cortar las exportaciones de carbón a Israel (aun cuando se demostró que el verdadero gobierno, ese que antecede y supera a Petro y su voluntad antisionista, había continuado la exportación del mineral) y cuando calificó lo que todo el mundo vio: un genocidio sin atenuantes.

Un digno ejemplo de todo lo que hemos dicho es el caso de la doctora Sandra Borda, importante comentarista en temas de relaciones internacionales, profesora de la prestigiosa Universidad de los Andes y frecuente invitada en los medios de comunicación colombianos. A la doctora Borda le tomó menos de diez días calificar de “muy lamentable”1 la posición de Petro contra Israel, específicamente por no llamar terrorista al movimiento de liberación palestina Hamas y por tomar medidas unilaterales contra el Estado criminal, como romper relaciones diplomáticas.

¿Por qué entonces, si es tan necesario llamar por lo que es a un acto terrorista, no resulta lamentable dejar de llamar por su nombre a un genocidio por más de un año y medio? En total le tomó a la doctora Sandra Borda más de 647 días nombrar al genocidio como tal2. Ella, conocedora del derecho internacional humanitario o al menos de sus generalidades, y quien de manera muy confiada tildó al gobierno de Petro de tomar decisiones lamentables por no condenar el ataque terrorista de Hamas, tardó un año y medio en reconocer un genocidio.

De forma similar, los medios de comunicación colombianos tardaron casi dos años en denunciar el asesinato sistemático de periodistas3 en Gaza. Esto es un hecho sobresaliente porque los medios de comunicación colombianos han sido muy activos en denunciar la violencia ejercida contra su profesión, dentro y fuera del país, algo de suma importancia obviamente. Y ni se diga de condenar como un atentado a la libertad de prensa, con una coordinación extraordinaria, cualquier mención que el gobierno Petro realice sobre una periodista o un medio de comunicación.

¿No hay en ello una disonancia? Si mencionar la comisión de un crimen es importante, algo serio como lo reconoce la doctora Borda y seguramente toda la prensa colombiana, ¿por qué entonces les cuesta tanto a algunos sectores de la academia y del periodismo reconocer el delito atroz del genocidio o el asesinato sistemático de periodistas, la hambruna y otros crímenes de lesa humanidad, cuando los comete Israel, y por qué lo hacen de forma tan ligera cuando acusan de terrorista a un grupo palestino? Una respuesta obvia —aunque provisional— podría ser que se acostumbraron a la estética racista de que si hay una persona con turbante seguramente es terrorista, y que si otra persona dispara desde un tanque occidental o un caza F-15 es un soldado, uno más de los buenos de la historia.


¿Por qué les cuesta tanto a algunos sectores de la academia y del periodismo reconocer el delito atroz del genocidio o el asesinato sistemático de periodistas, la hambruna y otros crímenes de lesa humanidad, cuando los comete Israel, y por qué lo hacen de forma tan ligera cuando acusan de terrorista a un grupo palestino?

Sin embargo, no me gusta esta explicación porque parece insuficiente y poco dice de lo que pasa en Colombia. Cierto es que la prensa hegemónica criolla lleva décadas cerrando filas del lado del ejército israelí y hasta de sus mercenarios, gracias al nada subrepticio pacto que un sector de la política nacional sostiene con la violencia armada sionista que ha entrenado al ejército colombiano y hasta a los paramilitares. Pero sería injusto endilgar este posicionamiento a personas como la doctora Borda a quien poco le gustan las derivas no institucionales como, por ejemplo, la deriva paramilitar.

¿Por qué, entonces, una demócrata como ella parece sostener la misma intransigencia contra el Petro propalestino y tanta moderación ante la criminalidad del Estado sionista? Si tuviera que arriesgar una respuesta —repito, una respuesta del todo aventurera—, tendría que remitirme a la idolatría que buena parte de la intelectualidad biempensante nacional, tan recurrente en medios de comunicación, tiene con las instituciones y, en particular, con un ejercicio del pensamiento que puede ser catalogado como automático.

¿Qué quiero decir con esto? Que existe un mecanismo, muy típico en la élite periodística e intelectual colombiana, que reacciona con naturalidad ante la conservación del estado actual de las cosas y con una exagerada violencia cuando algo amenaza a este orden. Por más que la conservación sea altamente criminal, como es el caso del conservatismo sionista y que la transgresión sea un acto de moderación, estas gentes se empeñan en denunciar la transformación y en buscar excusas para sostener la estantería: que esas no son las formas, que la ley se respeta, aunque sea nociva, que hay que respaldar el Estado de Derecho aunque venga cargado de crímenes contra la humanidad, que si va a protestar no bloquee la calle, que mejor protesten en sus casas, etc.

Esta sería la razón por la cual la prensa criolla ve como un grave peligro para la democracia a una hipotética consulta constitucional de Petro, pero aplaudió al unísono la compra de votos con la que Álvaro Uribe Vélez garantizó su reelección. Por esta misma causa, a una parte de la intelectualidad le parece atroz que las personas se manifiesten con violencia, pero la mutilación ocular de miles de jóvenes colombianos les parece poco menos que un error.

Pocos de quienes enarbolan las banderas de las instituciones reconocen en la violencia estatal un peligro institucional tan grave como cerrar una calle, otros lo justifican. Aunque no les guste el gobierno fascistoide de turno, de lo que se trata es de salvar el orden. A fin de cuentas, a muchos de ellos puede que no les gustase Uribe en su momento “pero que las condiciones de seguridad… mejoraron, es innegable”4.

Y esto es lo que nos hace preguntar ¿no será más grave aún ser esclavos de las instituciones y cómplices de la barbarie que amenazar con cambiar el orden institucional, aunque incomode? Digo, porque si las instituciones no nos permiten evitar una catástrofe como la ocurrida en Gaza, si los Estados liberales pueden convivir tan fácilmente con el genocidio, las masacres y los asesinatos sistemáticos (de palestinos, de militantes de la UP, de falsos positivos), entonces ¿para qué defenderlas?

1 Caracol comunicó el asesinato de periodistas de Al-Jazeera el 10 de agosto de 2025. Eso sí, reproduciendo la versión israelí que acusaba a un periodista de pertenecer a Hamas. Ver: https://www.noticiascaracol.com/mundo/rg10

2 Frase célebre de la congresista Juanita Goebertus, digna representante del centro político colombiano, en un programa de humor. Ver: https://www.youtu.be/75635

3 A propósito de la postura de la doctora Sandra Borda en el mes de octubre de 2023, ver el artículo de Jaime Ortega Carrascal, titulado “La postura de Petro frente a Israel y la guerra en Gaza abre una crisis diplomática”. https://www.swissinfo.ch/48896434

4 La primera mención pública escrita sobre el genocidio que comete Israel que tenemos de parte de Sandra Borda puede ser vista en su trino: https://x.com/sandraborda/34534

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