Por Daniel Lencina, especial para El Ancasti
Santa Marta (Colombia), diciembre de 2020
Foto de Anna Shvets (cc)
Como lo fue todo el período, el cierre de 2020 se encuentra marcado por las huellas dejadas por el COVID-19, tanto como fenómeno de profundas implicancias sociales como por la cuestión estrictamente sanitaria. Entre las esperanzas estimuladas por las distintas vacunas diseñadas en tiempos récord, el desafío que representa el despliegue de los procesos de inmunización poblacional encarados por los países, y el creciente temor por la amenaza de una posible nueva cepa de Coronavirus detectada en Reino Unido, las diversas dimensiones del presente parecen inextricablemente atravesadas por la pandemia.
Y como ya se insinuó en entregas anteriores de esta misma columna, entre otras consecuencias, la particular experiencia permitió hipervisibilizar aspectos de la realidad que si bien antes se denunciaban desde los sectores más críticos, no eran del todo evidentes para un gran público ataviado por la cotidiana gubernamentalidad de la condición neoliberal. En estos términos, las que parecían meras elucubraciones cuyo dominio estaba restringido a los círculos intelectuales, las circunstancias del 2020 le dieron tangibilidad.
Así mismo sucedió con la biopolítica del mercado en tanto racionalidad de ejercicio del poder capaz de capturar toda expresión de la vida con el objeto de administrarla, de regularla, asunto que era de exclusivo señalamiento por parte de grupos de investigación (sobre todo de corte postestructuralista) pero que el nuevo escenario ofreció hechos que lo dotaron de una empiria que se proyectaba a aspectos de la vida diaria, en sus ámbitos más micro.
Uno de ellos tiene que ver con el simple hecho de cargar combustible al automóvil, porque en agosto pasado la petrolera saudí Aramco fue la primera empresa en la historia en superar el límite de los dos billones de dólares en su valor bursátil, cifra varias veces superior al PBI de muchas naciones del mundo, y ni qué hablar de nuestros países latinoamericanos. Otro de esos hechos tiene que ver con el elemental acceso al agua, ya que recientemente el valor de este recurso cada vez más escaso comenzó a cotizar en la bolsa de valores de Wall Street.
Y hay un hecho que tiene que ver con el mundo de las comunicaciones -que es de nuestra área de investigación-, y está vinculado a que la firma que siguió a la petrolera como la segunda en atravesar el techo de los dos billones de dólares de valor no fue otra sino Apple, que pone en el mercado a divertidos gadgets que -junto a otros dispositivos- le permiten a la biopolítica neoliberal acceder a las vidas de las personas vehiculizando una producción simbólica autolegitimadora del mundo en el que vivimos, logrando el acuerdo de los sujetos. Se trata de empresas mucho más grandes y poderosas que decenas de naciones, capaces de relativizar las soberanías políticas, desconocedoras de fronteras, ejerciendo su propio gobierno corporativo.
Y en lo específicamente mediático, la pandemia dejó pruebas de las formas en las que entraron en tensión los intereses que tocan a la vida misma, con discursos emitidos y canalizados a través de los medios, con periodistas y comunicadores sociales afectados por esas lecturas del mundo y afectando las subjetividades de las audiencias.
Por eso, en medio de las esperanzas de superación del COVID-19 más los actualizados temores, lo que no puede pasar inadvertido es el insistentemente denunciado proceso de captura de la vida de la biopolítica neoliberal, que ramifica sus tentáculos hacia territorios que ya no se reducen al tratamiento académico e investigativo, sino que tienen que ver con el uso de elementos como un celular o de un computador, con el acceso a la información, con la movilidad, o con el mero uso del agua.
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