Lo parresiástico:
¿Cómo es que se asume a la parresía desde este espacio? La franqueza al hablar tiene sus costos, pero ello también comporta una relación virtuosa con la verdad por estar ésta al servicio del bien común. Para Sócrates, el decir debe corresponderse con una cierta forma de configuración de la vida, o dicho de otra manera, con un testimonio estético capaz de dotar de consecuencia a la relación entre las palabras y los actos. Es por eso que, por ejemplo, a criterio de Michel Foucault, Sócrates fue el parrhesiastés (es decir, aquél que dice la verdad) por excelencia, ya que con su decir verdadero fue capaz de ponerse a sí mismo en riesgo ante la posibilidad de hacer enojar a un otro, herirlo o de afectar sus intereses, con las posibles consecuencias a la integridad física, a la reputación, o a la plenitud o la totalidad en cualquiera de sus formas. Así es que el asumir una actitud parresiástica obligadamente conlleva un componente de coraje; esto es, el coraje de decir la verdad.
Foucault entiende que, con esta actitud virtuosa, en la figura del parrhesiastés toman cuerpo tanto una dimensión ética como una política en términos del gobierno de sí y de los otros respecto al problema de la verdad, vale decir, de una forma de producir una obra de arte sobre la propia vida en relación con la verdad, comportando una preocupación simultánea por la vida de los otros. Así es que, a su vez, se emprende el ejercicio de la crítica que no es otro sino un proyecto en la búsqueda de la libertad. 2.400 años después del paso de Sócrates por este mundo, con dispositivos de gobierno (entre los que se destacan los medios de comunicación) que invaden todo aspecto vital de la libertad de las personas y las comunidades, asumir una actitud parresiástica es hasta una necesidad existencial.
Sin dudas que la facilidad de posturas pasivas y acomodaticias son hasta más convenientes en términos de ventajas, pero tampoco caben dudas de su egoísmo intrínseco, de su falta de compromiso con la libertad de los otros o de virtuosismo; incluso, de su cobardía. Y esto es particularmente peligroso en un mundo de las comunicaciones como campo relevante en la producción discursiva de la vida misma, en el que participan operadores que están dispuestos a poner en juego a la libertad y a las vidas de las personas, afectando las existencias y trayectos vitales de seres humanos, de la naturaleza y hasta la salud del planeta.
Todo esto en el contexto de la potente vigencia de gigantescos medios de comunicación que desde sus privilegiadas posiciones no son sino legitimadores de la producción simbólica de una condición de vida que no es otra que la neoliberal, lo que exige un ejercicio crítico de desenmarañamiento de las relaciones de poder sobre las que construyen sus discursos, a la que es necesario resistir.
No obstante, también hay comunicadores y medios que están dispuestos a asumir las consecuencias de pronunciar las verdades con coraje, que en el mundo contemporáneo pueden darse en la forma de secuelas económicas, de desprestigio, de segregación, o incluso (en ciertas regiones aún hoy es habitual) sobre la integridad de la vida. Pues para estos temerarios parrhesiastas hay certezas que tienen la potencia de inquietarlos más que cualquier beneficio egoísta, que cualquier lucro eventual, que cualquier pauta publicitaria. Hay para quienes la verdad merece ser pronunciada porque, en última instancia, desde la crítica les preocupa la libertad propia y la de los otros, ejerciendo así una pequeña dosis del coraje que en su momento Sócrates profesó con el riesgo de su propia vida.